¿Qué pasa cuando el agua se estanca? La rana y la libélula tienen algo que decirte.

Era una tarde tranquila en el estanque. La rana, siempre alerta, observaba el agua a su alrededor mientras la libélula volaba despreocupada, disfrutando de la brisa cálida.

—¿No notas algo raro? —dijo la rana, frunciendo el ceño.

La libélula se detuvo en pleno vuelo, cargando la cabeza.

—¿Raro? ¿Cómo qué?

La rana señaló el agua bajo ella.

—El agua está cambiando. Ya no es tan clara, empieza a oler mal, hay mosquitos por todas partes y, fíjate, esas algas están creciendo más rápido de lo normal.

La libélula aterrizó en una hoja flotante y miró con atención.

—Y ¿qué tiene que ver eso conmigo?

La rana, siempre sabia, suspir.

—Esto no es solo sobre el estanque, querida amiga. Es un reflejo de lo que pasa cuando dejamos que algo se estanque, ya sea agua, comida o incluso nuestros propios cuerpos.


El cuerpo y el estanque: la misma historia

—Piensa en esto —continuó la rana—: cuando el agua no se mueve, se pudre. Lo mismo pasa con nosotros. ¿Qué crees que ocurre cuando comemos demasiado, nos movemos poco y no dejamos que el cuerpo elimine lo que no necesita?

La libélula parpadeó, intrigada.

—Te refieres a… nosotros mismos como un estanque?

—Exacto. Cuando el cuerpo no se mueve, la comida se acumula y empieza a fermentar dentro de nosotros. Eso crea un ambiente perfecto para problemas como obesidad, mala circulación, retención de líquidos… o, en términos más humanos, colesterol, diabetes, tumores y un montón de problemas que los humanos llaman “síndromes metabólicos”.

La libélula, que siempre había pensado que los humanos eran criaturas complicadas, se quedó reflexionando.

—Entonces, ¿cómo pueden evitar que su “agua” se estanque?


Muévete, come poco y deja fluir.

—Es más sencillo de lo que parece —respondió la rana, orgullosa de su conocimiento.
—Primero, necesito moverme. Lo que no se mueve, se estanca.
—Segundo, tienen que comer menos y mejor. Menos comida procesada, más alimentos reales.
—Y tercero, deben asegurarse de eliminar lo que no necesitan. Porque si algo permanece demasiado tiempo en su interior, empieza a pudrirse.

La libélula, curiosa como siempre, quiso saber más.

— ¿Cómo pueden saber si tienen algo “pudriéndose”?

La rana saltó sobre una roca cercana y explicó:

—Es fácil. Les digo que prueben algo como comer maíz o remolacha en buena cantidad. Si ven que los restos tardan más de 36 horas en salir, entonces tienen un problema de estancamiento.

La libélula se rió.

—De verdad sugieres que los humanos miren… eso?

—Por supuesto —respondió la rana sin inmutarse—. El cuerpo es un reflejo de la naturaleza. Si no prestan atención a esos “charcos” internos, su estanque personal terminará igual que este: lleno de mosquitos, algas y un olor que nadie soporta.


La filosofía del estanque

La rana y la libélula observaron el agua, pensando en lo simple que era la lección y lo complicado que los humanos lo hacían todo.

—Entonces, ¿todo se trata de moverse y dejar fluir? —preguntó la libélula.

—Exacto —dijo la rana—. Los chinos lo sabían desde hace siglos. Todo es cuestión de flujo: el Qi, la sangre, los fluidos. Si dejas que algo se estanque, empiezan los problemas.

La libélula volvió a alzar el vuelo, más ligera que nunca.

—Tal vez los humanos deberían aprender a ser más como nosotros —dijo, girando en círculos sobre la superficie.

La rana ascendiendo y, antes de zambullirse en el agua, dejó una última reflexión:

—Moverse mucho, comer poco y dejar fluir. Si entienden eso, tal vez puedan evitar convertirse en su propio charco estancado.

¿Y tú? ¿Qué estás haciendo para que tu estanque interior fluya? 😊